Domínguez Hernández, Rafael


Nombre:

Rafael Domínguez Hernández 

Origen:

Plasencia (Cáceres) 1957 

 

Identidad:

Novelista...

 

Enlaces:

 

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Contacto:

teléfono 646430501    

 

e-mail rafadomiher@hotmail.com



Biografía

 

Nací en Plasencia en 1957, donde siempre he vivido. Educado en la escuela pública del antiguo régimen, me puse a trabajar a los trece años, ya que eran tiempos difíciles de escasez y necesidades. Mi escasa formación académica nunca estuvo ligada con la literatura, pero el tiempo libre lo empleaba en leer, siendo asiduo visitante de la biblioteca pública municipal, donde conseguía en calidad de préstamo los libros que me gustaban. Ahora, cuando mi edad entra en la vejez viruela, he decidido ser yo el escritor y publicar mis propios textos, comenzando por una novela histórica basada en el año 1200 y en la que se mezcla la religión y el deseo de educar a las gentes. A estas horas, tengo una obra en el horno que verá la luz en cuestión de tres o cuatro semanas, pero de eso ya informaré en su día. 


Obra publicada

  • Entre la Espada y la Cruz, novela histórica publicada por la Editorial SELEER, de El Ejido, Almería, presentada en Plasencia el 20 de febrero del año 2015.
  • El viaje de Joana. Libro de relatos. Ed. Círculo Rojo (2017)

Textos

Dices tú de crisis

Cuentan, y todo el mundo tiene la razón en las conversaciones de los bares, que esta crisis por la que estamos pasando, sólo unos cuantos, es la más dura de los últimos años. Yo, que a mi edad he visto ya unas cuantas, sé que es una de las que con cierta regularidad nos afligen a los pobres asalariados, que dependíamos de una nómina insegura por lo temporal. Lo que esa gente ociosa apoyada en la barra de un bar mientras se bebe una cerveza no sabe, es que la crueldad de la vida tiene apartada del bullicio y de la normalidad a muchas personas. Personas normales, que han visto como los ingresos monetarios de su casa han desaparecido sin saber el cómo ni el por qué, pues ellos ninguna culpa tienen de que los bancos se ingenien esos entramados financieros con los que nos quieren hacer creer que están en la ruina, y, mientras tanto, anuncian que han perdido el diez por ciento de sus beneficios, o sea, que han ganado una pecata minuta de unos pocos miles de millones de euros.

La realidad, palpable por aquellos que aún no han abandonado a sus amigos en paro, es que el drama que viven muchas familias, no es ni nuevo, ni está provocado por una reacción causal en cadena; es tan antiguo como la vida misma.

Hace unos días, conocí a una persona en un pueblo del que no quiero dar el nombre para no desvelar su identidad; tenía su rostro la viva imagen de la cruel desesperación. Abandonado por su mujer, sin hijos, y sin otros familiares en los que apoyarse, vagaba por su pequeña finca acompañado de su única gallina, la cual no ponía desde hacía una semana. Había perdido su trabajo al comienzo de la crisis y ya se le había acabado el paro. El paro, y todas sus esperanzas de volver a ser una persona normal. En el transcurso de los meses de incertidumbre, y ante los escasos dineros que cobraba del INEM, había ido matando a las gallinas que no ponían. De esa forma iba tirando y aguantando el chaparrón. Un chaparrón de agua que no llegaba, y que mantenía su pequeña finca de secano improductiva. Tanto, que ni siquiera había insectos con los que la gallina pudiera alimentarse, para luego poder poner ese huevo que diera alegría a su desolado amo.

Le encontré acurrucado entre unas piedras, fue por casualidad, o quizás por la gallina. Cuando me acerqué para saber si le sucedía algo, me di cuenta de que meditaba, estaba sopesando si podía esperar a que su gallina pusiera ese tan deseado huevo, o matarla y hacer un cocimiento a base de agua, pues por no tener no tenía ni un poco de aceite. Mientras me contaba su historia, comprobé que su dolor de estómago era acompañado de una música de tripas, como si llevara consigo un transistor estropeado. 

Me compadecí de él, tal vez pensando en lo que me podía suceder a mí mismo algún día, y después de un buen rato de amena charla, pues el hombre estaba cargado de humanidad, le invité a comer en la taberna del pueblo. El menú del día costaba siete euros, y en mi bolsillo tenía un billete de veinte, con lo que aún me sobrarían seis para otras cosas. Aquellas judías blancas con chorizo le supieron a gloria, y dejó el plato tan limpio, que no hacía falta fregarlo; el vaso de vino peleón que nos sirvieron, lo bebió con deleite una vez tuvo la barriga llena, ni siquiera se paró a pensar si estaba bueno o no, a él le pareció que era gran reserva, y lo apuró a grandes sorbos.

Aquella tarde, el hombre juró que sería mi hermano, y que nada ni nadie, podrían impedir que aquella nueva amistad se transformara en cariño familiar, pues cuando un desconocido socorre a otro, solo puede ser por mandato divino.

Cuando le dejé en su finca, al lado de su casa, seguí mi camino meditabundo, pensando en lo que había hecho. Había dado felicidad a una persona a la que no conocía de nada, impedido que matara a su gallina y que después de comérsela, se quedara sin la posibilidad de conseguir un triste huevo. Lo que aquel pobre hombre no sabe, porque en ningún momento hablé de mí, es que la crisis, la maldita crisis en la que está metido el planeta, también me afecta a mí, pues yo también estoy en el paro, y lo que es peor, ni siquiera tengo una gallina que me dé la esperanza de recibir un huevo.