Santiago Castelo, José Miguel

(Por Luis Sáez Delgado)


Nombre:

José Miguel Santiago Castelo 

 

Origen:

Granja de Torrehermosa (Badajoz) 1948-2015 

 

Ocupación:

Escritor, poeta y periodista.



Premios

1972. Premio Nicolás González Ruiz, al mejor expediente de las Escuelas de Periodismo de España.

1980. Premio Nacional Gredos por La sierra desvelada.

1982. Premio Fastenrath de la Real Academia Española, por Memorial de ausencias.

1993. Premio Nacional de Periodismo Julio Camba

2006. Medalla de Extremadura por su trayectoria.

2007. Premio Luca de Tena a su trayectoria periodística.

2008. Premio Extremadura a la Creación, por Quilombo.

2015. Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma, por La sentencia.


Bibliografía sobre el autor

Viola, Manuel Simón, "La obra lírica de Santiago Castelo: una razón de amor", introducción a Santiago Castelo, La huella del aire (Poesía 1976-2001). Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2004, págs 17-99.

Lama, Miguel Ángel, "Santiago Castelo", en Literatura en Extremadura 1984-2009. I Poesía. Mérida, Editora Regional de Extremadura y Los Libros del Oeste, 2010, págs. 127-143.

Valverde, Álvaro, “Memoria de Castelo”, http://mayora.blogspot.com.es/2015/06/memoria-de-castelo.html

Valverde, Álvaro, “Santiago Castelo”,

http://mayora.blogspot.com.es/2015/05/santiago-castelo.html

Lama, Miguel Ángel, “Memoria de Santiago Castelo”, http://malama.blogspot.com.es/2015/05/en-memoria-de-santiago-castelo.html

Lama, Miguel Ángel, “La sentencia de Santiago Castelo”, http://malama.blogspot.com.es/2015/11/la-sentencia-de-santiago-castelo.html

Obra publicada

Tierra en la carne, Madrid, Editorial Oriens (Col. Arbolé), 1976.

Memorial de ausencias, Salamanca, Col. Álamo, 1979.

Monólogo de Lisboa, Barcelona, Ediciones Rondas, 1980.

La sierra desvelada, Madrid, Editorial Oriens (Col. Arbolé), 1982.

Cruz de guía, Madrid, Ediciones Alpe, 1984.

Cuaderno del verano, Badajoz, DPDB (Col. Alcazaba, 3), 1985. (2º ed. 1987).

Como disponga el olvido (Antología, 1970-1985).Madrid, Ediciones Rialp (Col. Adonais, 432), 1986.

Siurell. Edición bilingüe. Mallorca, Consell Insular de Mallorca, 1988.

Al aire de su vuelo, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1993.

Diario de a bordo, Badajoz, Cuadernos Poéticos Kylix, 31, 1994.

Antología extremeña (1970-1995). Madrid, Asociación Cultural Beturia, 1995.

Habaneras, Madrid, Elena López, 1997.

Hojas cubanas,Madrid, Academia Cubana de la Lengua, 1998.

Cuerpo cierto. Mérida, Editora Regional de Extremadura (Poesía), 2001.

Catorce sonetos, Madrid, Vimasa (Col. Los Cuadernos del Lazarillo), 2002.

La huella del aire (Poesía 1976-2001).Edición e introducción de Manuel Simón Viola. Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2004.

Quilombo, Sevilla, Editorial Point de Lunettes (Col. El cáliz verde, 9), 2008.

La hermana muerta. Madrid, Vitrubio (Col. Baños del Carmen), 2011.

Esta luz sin contorno. Mérida, De la Luna Libros (Col. Luna de Poniente), 2013.

La sentencia. Madrid, Visor, 2015.



Biografía

Son tantas las labores en las que interviene José Miguel Santiago Castelo (Granja de Torrehermosa, Badajoz, 1948 – Madrid, 2015) a lo largo de su vida que la acumulación de trabajos, de iniciativas, de empresas culturales, de viajes y amigos puede hacer creer, por un momento, que su poesía fue sólo un desahogo, una más de esas tareas, acaso la más liviana para quien ha estado en la sombra de tantas empresas. Y, sin embargo, ocurre justo al contrario, y Santiago Castelo fue, sobre todo, poeta, y es en esa obra que crece con él donde se encuentra la referencia que sustenta su actividad: Castelo será periodista esencial, siempre vinculado al diario ABC, del que fue subdirector; miembro de la Academia Cubana de la Lengua y de la Norteamericana, inspira y dirige hasta su muerte de la Real Academia de las Artes y las Letras de Extremadura, como también fue impulsor y director del Centro Unesco de Extremadura o miembro de la junta directiva de la Asociación de Escritores de Extremadura… la entrega de Santiago Castelo Castelo a esta región no acaba nunca y, con su muerte, alcanza una categoría casi heroica. Esas labores descansan en sus libros, desde que en 1976 publicara Tierra en la carne, en una obra literaria progresivamente modelada a través de más de veinte libros, plaquettes y antologías, pero sobre todo perfilada a partir de Cuaderno del verano, como ha señalado Miguel Ángel Lama, con un tono que el profesor y crítico califica como “clasicismo por la vía culta y por la vía popular”. A partir de este momento llegarán muchos títulos, algunas balizas como Cuerpo cierto o Quilombo y, especialmente, La huella del aire (Poesía 1976-2001) la poesía reunida e introducida por Manuel Simón Viola.

 

Estos poemarios se abren, también, desde la constante de la tierra extremeña a otros espacios, y sus versos celebrarán el espíritu del lugar, e incluso sus formas, en América, con Cuba como centro, Portugal, Mallorca o Grecia, al tiempo que definen la trayectoria vital de quien, desde el mediodía de una felicidad sonora, se ve en el trance de despedirse de los amigos, de los familiares –como su hermana, protagonista de La hermana muerta- y, sobre todo, de despedirse de su vida, de la vida, en La sentencia, el último libro, un repaso meticuloso a la costumbre de vivir desde el acoso de una muerte que había espantado en otros libros con su voz tronante, con pies y metros tan cercanos a la tradición literaria española.

 

Vinculado a la generación que comienza a publicar en los setenta –Pureza Canelo, José Antonio Zambrano son referencia imprescindible- la convivencia con el grupo de poetas posteriores, la generación de los ochenta, provoca un diálogo y una relación que se volverá permanente con tantos autores a los que abrirá las páginas de ABC, y a los que acompañará siempre, respetado y querido, mientras mantiene una obra independiente de las modas, en la que resulta más fácil hablar de maduración que de evolución. Manuel Simón Viola lo ha definido así: “dotado de un talante lírico temperamental y marcado por las experiencias vitales en mayor medida que por las lecturas”, no resulta difícil identificar esa obra con su personalidad, con su bonhomía y naturaleza compasiva, como si Santiago Castelo no olvidase nunca una intención clásica de la poesía: emocionar, no dejar indiferente e nadie.


Texto

ELEGÍA PARA UN HOMBRE HONESTO

 

Con Fernando Tomás Pérez González, en la Habana

 

Sed buenos y no más, sed lo que

he sido entre vosotros: alma.

Antonio Machado

Recuerdo ahora los versos de Cernuda:

«Las palabras de otros

el mito involuntarias tejen

de un existir cuando ya ausente o ido».

Me suben las palabras, se clavan en mis dientes,

mientras en esta dulce turbiedad del verano

amanece en silencio y al fondo de la sala

se perfila tu sombra otra vez a mi lado.

¡Cuántas veces tu sombra, tu palabra, tu gesto!

Verás, Fernando, hermano, yo no puedo creerme

eso de que te has muerto,

que en sangre de ciprés santamartense

te me has estilizado. No, no puedo creerlo.

Estás aquí y ahora, tan discreto y puntual

como siempre, con un libro en las manos.

Y hoy, como otras veces, vamos de nuevo

a hilarnos la memoria. ¡Toda una vida juntos!

Engendrados los dos allí, en la Granja, a la sombra

de una torre de sueños que nos hacía más fuertes.

Nuestros padres, amigos... No, la memoria, no...

Al pronto se deshace la realidad y todo

se nos vuelve confuso envuelto en una lágrima.

Tornemos a La Habana.

Como en aquel febrero de libros y canciones

volvamos a la suave cadencia de las palmas

y aquí sí que nos cabe entera la memoria.

Todo lo analizamos, todo lo recorrimos

–la senda de tus padres, tus hermanos, caminos

por todos los rincones del encinar... Tus hijos,

perfil de tus ensueños escrutando el futuro,

y esa pasión serena de Susi a cada instante–.

¡Qué largos son los días en La Habana! ¡Qué forma

tiene aquí la memoria de hacerse con los gestos!

Y de pronto encontrábamos raíces compartidas

y era otra vez la vida y otra vuelta al recuerdo.

Y los libros, los libros circundándolo todo,

ah, los humildes libros de hojas abarquilladas

y los tomos cubiertos de una piel desvaída,

tejuelos de otras horas de esplendor y opulencia.

Aquellos lances fuertes en la Plaza de Armas

y tras los regateos la suerte victoriosa

y el libro se acunaba feliz sobre tu pecho.

Aquellas caminatas hasta Guanabacoa.

Noches de luna llena en el Parque Central

y ese frío en los huesos que deja La Cabaña

con sus libros en feria y su historia de muerte...

Aquella mediodía charlando con Landero,

recorriendo el despacho que había sido del Che

y esas incongruencias de su uniforme verde,

la pistola que nunca se enfriaba y ahora

esa efigie tatuada por dólares rampantes.

Y aquellas nubes grandes, inmensas, de colores

que llenaban de malvas y rosa el Malecón...

 

Daba tiempo de todo. Hasta de ir al teatro

y, luego, en la alta noche, con un ron a la roca,

seguir abriendo sueños dulcificando adioses.

Por eso aquel agosto –también al mediodía–

yo no podía creerme lo que estaba pasando:

la cal y los cipreses llenaban Santa Marta

y el cielo tenía el mismo azul que allá en La Habana.

Estás aquí y ahora, Fernando del buen nombre,

el hombre más honesto que yo haya conocido...

Amanece en agosto y aunque no lo esperábamos

está tronando. El agua quiere ser tropical.

Este es el homenaje que te brindan las nubes,

las mismas que miraste en tus días habaneros

cuando tanta esperanza cabía por tus ojos.

 

Yo te sigo buscando, pero el viento te borra

y la lluvia se mete desnuda al corazón.